ALFREDO VÁZQUEZ CARRIZOSA

· Jose Gutierrez

Nació Alfredo Vázquez Carrizosa en febrero de 1909, el día del atentado contra el presidente Rafael Reyes, llamado de Barro Colorado, por el sitio en que se perpetró (hoy ocupado por la Universidad Javeriana). La soledad del paraje de las afueras de Bogotá, que sólo se extendía entonces hasta San Diego, favoreció que los complotados disparan a la carroza del mandatario hiriendo a varios acompañantes, pero fracasando en su intento magnicida. Era la culminación de una crisis que dividía al partido conservador, entre "nacionalistas" e "históricos", y marca el comienzo del fin de una teocracia que se prologó hasta 1930.

El futuro jurista vio la luz en Chía, en la casa conocida como Casablanca, de propiedad de la familia Montoya, que su padre, el general Alfredo Vázquez Cobo había arrendado. Su hermano gemelo, Camilo, le precedió en unas pocas horas pero la diferencia entre los dos fue siempre notable: pues el ingeniero Camilo parecía destinado a ser el sucesor político del general, aunque su temprana muerte privó al conservatismo y a la iglesia de un conductor que quizás hubiera restaurado una unidad perdida desde el comienzo del siglo, y que se agravó con la represión desatada por Reyes contra los autores del atentado, cuyo fusilamiento marcara el fin de la aplicación legal en Colombia de la pena de muerte. Pasados esos tiempos primeros del siglo, de omnímodo poder conservador, marcados por la crisis económica y por la huella de la intervención americana en Panamá, mientras los Vázquez la pugna interna del partido gobernante continúo y luego de los años de gobiernos liberales se prolongaría, con la herencia de Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez, hasta durar todo el siglo.

El defensor de los derechos humanos siguió el camino de la letras, que gozaba de prestigio en su familia materna, desde cuando uno de sus ancestros perteneció a la Expedición Botánica. Precoz en ello, culminó sus estudios secundarios en Europa y al obtener su título de abogado permaneció allí como funcionario de la Organización Internacional del Trabajo, de Ginebra, pionera del sistema jurídico internacional que antecedió a la Liga de la Naciones. El joven jurista hubiera seguramente continuado esa carrera internacional de no ser por la segunda guerra mundial, que hizo mudar la sede de la OIT al Canadá. Regresó entonces a Colombia, donde contrajo matrimonio con la trabajadora social Lucia Holguín, compañera de sus aventuras intelectuales y sociales.

Por un periodo el joven conoció la política colombiana, que después de la derrota en 1930 del general Vázquez Cobo, como candidato a una presidencia que ganó el liberal Enrique Olaya Herrera, había privado del poder a su partido. Siempre sin afiliarse a ninguna de las corrientes de su partido conservador, en la primera mitad del siglo XX dividido entre Laureanistas, Ospinistas, Alzatistas y luego Rojistas, fue diputado, representante a la Cámara y por cortos meses Secretario General de la Presidencia en el gobierno provisional de Roberto Urdaneta Albeláez. Luego ingresó a la diplomacia en que culminó como canciller de Misael Pastrana Borrero.

Es notable la participación discreta del observador Alfredo Vázquez Carrizosa en el golpe del 13 de junio que llevó a Rojas Pinilla al poder. Ese día le tocó ver de cerca tres gobiernos, los de Urdaneta, Gómez y Rojas, sin que sintiera solidaridad alguna con los dos últimos. Cuando al final de la jornada salió del Palacio cruzó las líneas de seguridad, camino tranquilo a su casa, y tuvo que justificar su presencia mostrando su credencial a los oficiales de Rojas que se lo cortaban. Cuenta cómo el sargento leyó concentrado el papel que lo acreditaba como Secretario General y le dijo:

- Esto ya no vale, puede seguir.

A partir de entonces se inicia la etapa más fecunda de su vida, como director del diario La República, Embajador, abogado de Colombia Canciller y columnista de "El Espectador". Se convierte en paladín americano del Derecho de Asilo y promotor en el continente del asilo a los exiliados de Chile y luego, en 1979, en defensor permanente de los derechos humanos amenazados por el Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay.

Al morir en diciembre de 2001, seguía con igual interés discreción e intensidad los avances en las luchas democráticas por los derechos fundamentales, a sus 93 años, y lamentablemente no alcanzaría antes de su muerte a conocer la sentencia reciente de la Corte Constitucional contra la Ley de Seguridad Nacional, confrontada por un pensamiento jurídico que le debe mucho.